Es sabida la importancia que tiene para la buena salud de una sociedad la existencia de referentes en los que fijarse y tomar como ejemplo para elegir la senda correcta cuando nos encontramos ante las encrucijadas morales, éticas e incluso legales que nos pone la vida en nuestro camino. Quizás me nuble el pesimismo, pero tengo la sensación de que dejando a un lado los referentes familiares más cercanos, y no siempre por desgracia, estamos huérfanos de personas a las que mirar con admiración por llevar la honestidad y la coherencia como única bandera.
Quizás nunca han existido mortales con estas condiciones y su supuesta existencia haya sido fruto de un interés colectivo por autoconvencernos de que todavía hay gente pulcra y con principios. Bien es cierto que en décadas y siglos anteriores era más fácil el esconder las vergüenzas e incoherencias de uno, ya que la exposición pública era muy limitada y los canales de difusión eran escasos y además en algunas ocasiones eran controlados precisamente por esas personalidades que han pasado a la historia como hombres y mujeres de bien. Pero evidentemente, desde hace ya unos años para acá y debido sobre todo a internet y a los nuevos canales de comunicación favorecidos por las nuevas tecnologías, esas vergüenzas y contradicciones no es que sean más complicadas de guardar en un cajón bajo llave, sino que es imposible.
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