12/06/2020

«No hemos llegado a ver la cruda realidad de la pandemia»

Por Pedro Lechuga Mallo

Existen situaciones, como ha sido el caso de la COVID-19, en las que las imágenes tienen una fuerza muy superior a lo que pueden llegar en ocasiones a transmitir las palabras. La pandemia de la COVID-19 ha sido uno de esos momentos en los que, debido a su gran excepcionalidad y a la información tan sensible con la que los periodistas y fotoperiodistas tuvieron que trabajar, nos obliga a reflexionar sobre si el ejercicio profesional se ha desarrollado bajo criterios deontológicos o el sensacionalismo ha ganado protagonismo. Y para ello, vamos a hablar con Ismael García Herrero, profesor de Fotoperiodismo de la Universidad de Valladolid (UVA) y de la Universidad Europea Miguel de Cervantes (UEMC).

¿Qué valoración harías a nivel general sobre las imágenes utilizadas por los medios de comunicación durante la pandemia?
En líneas generales creo que se ha hecho una utilización bastante correcta de las imágenes. Pienso que los medios de comunicación han sido bastante comedidos en la publicación de las fotografías y la mayoría de las coberturas han sido moderadas y se han atenido a los códigos deontológicos de la profesión. Opino que se ha tenido la suficiente consideración con las víctimas y que no se ha sido muy explícitos en el uso de las imágenes relacionadas con la COVID-19. Esto, por una parte, es muy positivo porque gracias a ello no se ha vulnerado ningún derecho fundamental, pero por otro, creo que la sociedad no ha llegado a estar totalmente concienciada sobre el problema que hemos tenido y que todavía sigue vigente, porque no hemos llegado a ver la cruda realidad de la pandemia.

Por lo tanto, ¿crees que la utilización de imágenes más explícitas hubiera ayudado a una mayor sensibilización sobre los peligros del virus?
Las imágenes sirven para poner cara y rostro a una tragedia, ya que si no los fallecidos y los contagiados se quedan en un mero número. Las imágenes que ha generado la COVID-19 son dramáticas, claro que no hay que buscar el morbo, pero tampoco podemos dulcificar la realidad; al fin y al cabo el fotoperiodismo tiene que retratar fielmente lo que hemos vivido. Oficialmente hay a día de hoy más de 27.000 muertos y que yo recuerde, sólo ha aparecido uno en la portada de un medio de tirada nacional.

Hace unas semanas el periódico The New York Times sacaba una portada en la que se podían leer los nombres de los fallecidos en EEUU. ¿Qué impacta más al lector, esa portada donde el texto es el protagonista o una imagen que demuestre la crudeza de la pandemia?
Creo que impacta más una imagen, al menos en un primer momento. Personalmente opino que la portada del periódico The New York Times fue un acierto pero, curiosamente, en nuestro país habría sido imposible de reproducir debido al Reglamento General de Protección de Datos. De todas maneras, al final ese tipo de portadas creo que no se graban en la mente de las personas tanto como una imagen. Hace unas semanas escuché, en un reportaje de televisión, una entrevista a un sicario en la que reconocía que, pese a las decenas de asesinatos que tenía a sus espaldas, lo que más le había marcado era la fotografía que había visto de un asesinato que él mismo había cometido. Afirmaba que lejos de venirle a la mente los instantes en los que cometía los asesinatos, lo que no conseguía borrar de su mente era la fotografía que vio posteriormente. Una foto fija impacta mucho más que, por ejemplo, una sucesión de imágenes que se pueden ver en un informativo o que la portada de un periódico meramente textual. Y tenemos numerosos ejemplos de fotos icónicas que han pasado a la historia en las que también hay vídeos de esos mismos instantes, pero no han sido tan relevantes. Se me vienen a la mente la imagen de la ejecución en Saigón, en la guerra de Vietnam, la del monje budista que se prendió fuego y que da nombre a la expresión ‘quemarse a lo bonzo’ o la fotografía archiconocida del hombre del tanque de Tiananmen. Estos tres momentos también fueron retratados en vídeo pero las imágenes que se han quedado en nuestra retina han sido las fotos fijas.

Me imagino que tus alumnos te pregunten recurrentemente sobre las claves para saber si la publicación de una fotografía respeta la ética y deontología profesional.
Es una pregunta complicada y que todos los años sale en clase. Aunque en el periodo de la pandemia no he tenido docencia en la Universidad, algunos de mis alumnos y exalumnos sí que me han preguntado a través de las redes sociales. Es la continua lucha entre el derecho a la información y el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen. Y esta delgada línea supone que no hay una clara respuesta porque, entre otras cosas, la ética personal y profesional se está diluyendo cada vez más. Desde mi punto de vista hay una tendencia cada vez mayor de inclinar la balanza hacia la ética personal y tomar decisiones según lo que cada uno cree que está bien o está mal. Por eso pienso que es muy importante el código deontológico de la profesión, para evitar dejarlo todo a la interpretación personal y la subjetividad de cada uno. Sí que creo que hay una preocupación por los temas éticos, en la población en general y en los alumnos y jóvenes periodistas en particular, pero si lo dejamos todo a la valoración de la ética personal nunca vamos a llegar a nada, porque nos encontraremos con casos muy diferentes en los que a una persona le parezca algo perfectamente lógico y otra lo considere una barbaridad. Por este motivo, insisto mucho en mis clases en la importancia de la deontología en nuestra profesión.

¿Cómo debe ser la relación entre la imagen y el texto al que acompaña?
La imagen debe ejercer de acompañamiento al texto de la noticia o del reportaje. Es verdad que el primer sitio donde se van los ojos es a la imagen y que los medios utilizan esa especie de gancho para llevar al lector a un artículo, que a veces tiene poco que ver con la fotografía que ha captado su atención. De todas formas, estamos hablando de fotoperiodismo, no es fotografía artística. El fotoperiodismo debe tener un compromiso con la realidad y debe tener una información detrás de la imagen, la cual explique todo lo que está pasando y que a su vez esa fotografía narre visualmente lo que el texto está transmitiendo. Si eso falla, si no hay una conexión entre una cosa y otra estamos ante un engaño.

¿Tiene actualmente nuestra sociedad una sensibilidad exagerada respecto al consumo de imágenes duras que suceden en nuestro ámbito más cercano?
Por un lado, creo que tenemos una especie de empatía geográfica, que en parte es bastante normal, y que provoca que nos afecten más las noticias y las imágenes de sucesos que han pasado en nuestro barrio, ciudad, comunidad autónoma o país que cosas que han sucedido a 2.000 kilómetros de distancia.

Por otro lado, la memoria colectiva de nuestra sociedad es muy limitada, porque hasta hace pocos años nos encontrábamos con imágenes de una crudeza brutal como eran las de los atentados de la banda terrorista ETA. Creo que no es bueno ni un extremo ni el otro. Es decir, no es recomendable mostrar toda la sangre posible en una foto ni el buenismo político del que está impregnada actualmente nuestra sociedad y que provoca por ejemplo que parte de la población se escandalice por ver unos ataúdes. Durante la pandemia muchos esfuerzos por tapar e impedir la labor de los periodistas, restringiendo el acceso a hospitales, morgues y residencias, lo cual ha llevado desde mi punto de vista a que hoy por hoy un alto grado de la ciudadanía no esté concienciada del todo sobre la importancia de seguir las medidas de prevención ante la COVID-19. Y esto es porque no hemos visto realmente la crudeza de algo que únicamente se nos ha dado en números y en porcentajes.

¿La gente es consciente de qué es realmente el fotoperiodismo y de lo que realmente hay detrás de esta disciplina?
En lo que se diferencia el fotoperiodismo respecto a lo que hacen las personas comunes o aficionadas a la fotografía no es que el profesional en cuestión tenga una mejor cámara o utilice una técnica más depurada, sino en que éste tiene una formación comunicativa, periodística, ética y deontológica, que le permite demás de saber encuadrar e intentar retratar la realidad tal como es, asociar todo lo que hace a un código deontológico y aplicar una mirada profesional periodística que se refleja posteriormente en la fotografía. No por tener el título de periodista ni dedicarte muchos años al fotoperiodismo te asegura que vayas a hacerlo genial, pero esa base sí que te va dar una distinción que el tan criticado periodismo ciudadano no va a tener, porque carece de la formación previa mencionada anteriormente.