No todos tienen la suerte de sentirse de un pueblo. No me refiero al hecho de haber nacido en él o haber morado allí durante un corto o largo periodo de tiempo. Evidentemente, hay una gran diferencia entre ser de pueblo y sentirse de él. En una época en la que nuestros dirigentes parecen decididos a estrangular poco a poco el futuro de las zonas rurales, es más necesario que nunca poner en valor a los pueblos. Huelga decir que el que les escribe, es y se siente de pueblo, más concretamente de Valencia de Don Juan, que si bien tiene desde 1950 el título formal de ciudad, es y será siempre mi pueblo.
Si se preguntan la razón por la que traigo a esta columna mis orígenes, la respuesta está impregnada de un insoportable aroma a tragedia. Tras el asesinato del cámara Roberto Fraile en Burkina Faso, me sorprendió descubrir por los medios de comunicación que si bien nació en Navarra y parte de su vida transcurrió en Salamanca, en vida reconocía que se sentía de la pequeña localidad leonesa de Valdespino Cerón, de donde procedía su madre. Fíjense si su afirmación era tan rotunda que su familia decidió que sus restos descansen en el que será su pueblo eternamente.
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