La corrupción es inherente a las personas. Desconocemos en qué momento de la evolución humana adquirimos este defecto, pero desde hace ya mucho tiempo forma parte de nuestro ADN. En algunas sociedades o colectivos es más habitual que en otros, aunque esta percepción puede ser engañosa, ya que todo depende de la visibilidad y difusión pública que se da a los casos de corrupción. Debemos asumir que este pecado no entiende de sexos, ideologías o creencias religiosas. Por este motivo, me rechina hasta límites insospechados la manipulación que se hace de la corrupción dependiendo de intereses personales, partidistas o ideológicos.
Actualmente el caso Mediador y las mordidas que se hacían desde la Consejería de Obras Públicas de Cantabria son las que ocupan la atención pública y mediática, pero en la hemeroteca nos encontramos un variado nombre de tramas. Gürtel, ERE de Andalucía, Enredadera y 3% en Cataluña son algunas de ellas, pero a estas les acompañan decenas de casos más. Es una evidencia, la corrupción no entiende de ideologías políticas ni de identidades territoriales. Pero ojo, no sólo la clase política tiene el dudoso honor de caer ante las corruptelas. Sindicatos, empresas o entidades deportivas, como la propia FIFA, también han protagonizado casos escandalosos.
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