La mentira es algo innato al ser humano. Cuando nuestros antepasados se paseaban desnudos y tenían sus cuerpos cubiertos de pelo ya mentían. Era un mecanismo de supervivencia, tanto para huir de peligros como para acechar a sus presas. Con el paso del tiempo y gracias al desarrollo cerebral comenzaron a utilizar este proceso cognitivo para conseguir un beneficio, daba lo mismo que fuera para salir mejor parado en un trueque que para dormir esa noche acompañado. Podría decirse que al mismo tiempo que los seres humanos fuimos evolucionando, las mentiras siguieron un desarrollo paralelo.
Como en otros muchos aspectos de la vida las personas también hemos pervertido la esencia de la mentira y las consecuencias son nefastas. Sólo hace falta mirar a nuestro alrededor para darse cuenta de que en la balanza de la verdad y la mentira, esta última cada vez gana más peso. El grave problema es que cada vez es más complicado intentar vencer a un mentiroso con la verdad, lo que nos lleva irremediablemente a utilizar la mentira para combatir a otra mentira. Esto que podría parecer algo anecdótico o curioso, es más nocivo de lo que se pueden imaginar, porque al final estamos viviendo en una gran mentira.
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