Hace unos días he estado en Roma y sí, he comido pizza en Piccolo Buco, croissant de pistacho en L’Antico Forno, pasta a la carbonara en Tonarello, tiramisú en Pompi, helados en Frigidarium y bocadillos en All’Antico Vinaio. Además, tuve la suerte de no tener que hacer cola. Ya saben, en una escapada express el tiempo es finito. Hay que priorizar y pesa más en la balanza la tendencia borreguil en la que para sentirnos miembros de la gran tribu, no podemos permitirnos el pasar unos días en una ciudad sin disfrutar supuestamente de las mejores ofertas culinarias que se han hecho ‘trending toppic’ a través de la gran farsa de las redes sociales.
Otrora uno planificaba un viaje de este tipo con el agobio de cómo encajar todas las visitas culturales indispensables durante los pocos días que duraba tu estancia. Ya se sabe, nadie te puede garantizar que puedas volver años después al mismo destino. Sabías que tenías que hacer cola para subir a la Torre Eiffel o visitar el Vaticano, pero había que hacerlo.
Pues ahora, al estrés provocado por la vertiente cultural hay que añadir el de las recomendaciones gastronómicas. Ya no vale con publicar en tus perfiles una foto en el Panteón, en la Plaza de España o en la Fontana de Trevi. Si éstas no van acompañadas de otras imágenes en Piccolo Buco, Tonarello o Pompi no eres nadie, aunque ello suponga que tengas que estar horas haciendo cola. Es más, te conviertes en un paria si a tu vuelta te pregunten si comiste un bocadillo en All’Antico Vinaio o el croissant de pistacho en L’Antico Forno y, en honor a la verdad, dices que no.
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