Hace ya algún tiempo que la política en nuestro país eligió el camino equivocado. Los intereses partidistas e ideológicos han salido victoriosos de su batalla contra el interés general de la ciudadanía. Los ejemplos de la política bien entendida están en peligro de extinción y cada vez es más difícil encontrar un hecho que nos reconcilie con lo que debería ser la política con mayúsculas. Ahora unos y otros pueden ir de dignos y rasgarse las vestiduras ante situaciones injustificables y que demuestran el estado de putrefacción de nuestra democracia, pero ellos mismos son los que han colaborado en que la política actual dé asco.
Con esto no quiero decir que todos los políticos sean unos corruptos y unos impresentables, porque, evidentemente, todavía hay gente que ejerce la política con vocación de servir a la sociedad y dejando a un lado el revanchismo y odio patológico hacia los que no piensan como ellos. Pero al igual que todavía tengo esperanza cuando hablo de personas individuales, me corroe el pesimismo cuando tengo que calificar, sin excepción alguna, el papel que están jugando los partidos políticos, quienes en vez de hacer política se han decantado por seguir estrategias de marketing carentes de ética y de moral.
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