Si los historiadores no se ponen de acuerdo en determinar el origen exacto de los juguetes, no seré yo quien se atreva a inclinarse por una u otra teoría. Lo que sí es evidente es que los juguetes tienen miles de años de vida y al igual que las civilizaciones han ido evolucionando.
En muy pocas décadas han pasado de ser casi un objeto de lujo a uno desechable. El consumismo, que irrumpió en nuestra sociedad no hace tanto tiempo, ha dejado atrás esos años en los que los únicos juguetes que recibías eran en tu cumpleaños y la Noche de Reyes. Por eso eran tan especiales y les teníamos tanto cariño. Y ya si retrocedemos unas cuantas décadas más y nos vamos a mitad del siglo pasado pues imagínense. Cuando algo es escaso y complicado de obtener su valor, más allá del monetario, se multiplica exponencialmente y a la inversa. Esto nos lleva a la situación actual en la que los niños reciben tantos regalos y juguetes durante todo el año, que no les otorgan la magia que generaciones pasadas sí les dábamos a esos objetos que nos abrían puertas a mundos llenos de aventuras, sin necesidad de tener que estar mirando a la pantalla de un móvil o de una tablet.
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