Hoy damos carpetazo a un año que, ciertamente, no me atrevería a decir si ha sido mejor o peor que el anterior. Eso sí, a los que les ha debido mejorar su situación es a los juguetes españoles. No sé si se acordarán, pero el año pasado por estas fechas el país estaba revolucionado por la huelga de juguetes impulsada por el Ministerio de Consumo para sensibilizar sobre la publicidad y estereotipos sexistas de estos productos. Teniendo en cuenta que este año no se han tenido que poner en huelga, doy por hecho que ya está todo completamente solucionado y los Playmobil y las Barbies de turno comparten su tiempo a partes iguales con niños y niñas. Si es que no hay nada como hacer una buena huelga a tiempo. Claro, habrá mal pensados que digan que este año no se ha convocado porque alguien en el Ministerio ha tirado de freno de mano y ha pensado que quizás lo que se hizo en su día fue una fantochada. Pero insisto, ese pensamiento sólo puede tener su origen en una mente enferma.
Mi última columna de 2021 la dediqué a la ironía, porque como siempre digo, es la mejor vacuna contra la estupidez generalizada y uno de los pocos botes salvavidas a los que uno puede subirse para sobrevivir a la tormenta perfecta del pensamiento único y de lo políticamente correcto. Lo reconozco, soy un adicto a la ironía y sin ella no podría subsistir, así que me aferro a ella como si no hubiera un mañana y despido este 2022 con un buen chute de ésta.
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