Queramos reconocerlo o no hay besos que marcan una vida e incluso a una sociedad entera. Para buscar ejemplos que ratifiquen esta afirmación los más creyentes retrocederían dos milenios hasta detenerse en el beso que supuestamente Judas dio a Jesús en su mejilla izquierda en el Huerto de Getsemaní. Por su parte, los ateos no tendrían que viajar tanto en el tiempo para señalar de manera inequívoca besos que han quedado y quedarán marcados en el subconsciente colectivo.
Evidentemente si ahora preguntáramos por un beso histórico muchos dirán el que el amigo Rubiales espetó a Jenni Hermoso durante la celebración del Mundial de Fútbol femenino. Fíjense la relevancia de dicho beso, que hasta la justicia tendrá que determinar si fue consentido o no. Eso sí, que nadie sea oportunista y quiera emborronar la romántica relación entre el fútbol y los besos. Y si no que se lo digan a Sara Carbonero cuando a Iker Casillas no se le ocurrió mejor manera de celebrar la victoria en el Mundial de Sudáfrica que besarle en la boca mientras les veía toda España por la televisión. No quiero parecer Nostradamus y juguetear con la numerología, pero entre el beso de Casillas y el de Rubiales pasaron trece años. ¿Qué se podía esperar?
Lee aquí el artículo completo publicado en La Nueva Crónica.