Un amigo me dijo un día que le gustaría saber alemán para poder leer a Thomas Mann en versión original. No sé si fue por pedantería, ignorancia o provocado por la ingesta excesiva de zumo de manzana astur. También puede ser que dicho elixir, testigo de nuestra conversación, me hiciera entenderlo mal, pero convivir con una paisana de Pelayo ha conseguido hacerme inmune a la sidra.
Aunque me cueste reconocerlo, ahora creo entender a mi amigo, que me imagino siga seducido por la lengua de la señora Merkel. Me explico. Le estoy dando vueltas a que me gustaría saber escribir una columna, para contar algo que tiene como protagonistas a prestigiosos columnistas y periodistas. Vamos, que es como si mi amigo, estando en primero de la Escuela de Idiomas, se animara a escribir en alemán la segunda parte de La Montaña Mágica.
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