La definición de coherencia en el diccionario no deja lugar a dudas: dícese de la actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan. Eso sí, no sé a qué espera la RAE para actualizar dicha descripción y añadir que es una actitud en desuso y muy poco habitual en el contexto político en nuestro país.
Quizás es que sea muy exigente, pero siempre he pensado que la coherencia en nuestros políticos debería ser una cualidad obligada y no considerarla como un valor añadido. Pero visto lo visto, cada vez es más difícil encontrar representantes públicos que se caractericen por ser coherentes con sus principios. A lo mejor el origen del problema es precisamente que carecen de principios o, en el mejor de los casos, dichos principios son muy laxos. Una pena que tenga tantos seguidores acérrimos Groucho Marx quien proclamara eso de ‘estos son mis principios y si no le gustan, tengo otros’.
El comodín que utilizan los incoherentes para justificar su actitud es que la política es cabalgar entre contradicciones y por eso cambian de criterio constantemente. Una burda excusa para evitar reconocer que están mintiendo. La incoherencia y la mentira son compañeras de viaje, aunque algunos se empeñen en que pase desapercibida esta relación indisoluble. La última oda en este sentido podría llevar el título ‘De listas y listos’.
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