Quién le iba a decir al maño Francisco de Goya y Lucientes que casi doscientos años después de su muerte iba a dar nombre a una doctrina sobre la cancelación cultural. De lo que no hay duda es que, teniendo en cuenta su avinagrado carácter, no le hará ninguna gracia y seguramente inmortalizará a los protagonistas de ésta en una obra mural que se sumará a sus inigualables pinturas negras.
La semana pasada dedicaba este espacio a lo sucedido con la actriz transexual Karla Sofía Gascón, que pasó en sólo unos días de ser la diosa de la diversidad a la de la intolerancia. Esto es lo que tiene dar rienda suelta a la verborrea descontrolada en redes sociales y compartir una serie de exabruptos. El mismo día que se publicó mi anterior columna se celebraba la gala de los ‘Premios Goya’, que a nadie se le escapa, llegaba con grandes dosis de morbo. Este tipo de ceremonias son noticia por la entrega en sí de los correspondientes galardones, pero también por los discursos o reflexiones que comparten los ganadores y resto de invitados. Sin olvidar también el valor de los silencios, ya que a uno se le cae la careta al suelo tanto por lo que habla como por lo que calla.
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