Hace unos días la escupidera virtual en la que en ocasiones se convierten las redes sociales se llenaba de algo de bilis tras saberse que Àngels Barceló entrevistaría en ‘Hora 25’ al secretario general de Vox Javier Ortega Smith. Sinceramente me da lo mismo el nombre y siglas políticas del entrevistado y del entrevistador en este caso concreto, lo que sí me preocupa es el trasfondo de la cuestión y los principios morales que enarbolan algunos como los verdaderamente válidos para juzgar a quien puede entrevistar o no un periodista. E insisto, esta cantinela de creerse en posesión de la verdad y autoproclamarse el defensor autorizado de las libertades viene de todos los puntos cardinales de la política.
Esos que se rasgan las vestiduras porque uno de sus periodistas de referencia va a entrevistar a un personaje concreto deberían saber que esa decisión ha sido adoptada tras haberse sometido al examen más importante que tenemos, que no es otro que la autorregulación. Este proceso de consulta y debate profesional y personal se cimienta en la deontología de nuestra profesión y en la propia ética del periodista, poniendo en primer lugar el derecho a la información que tiene la ciudadanía, dejando en un segundo plano las fobias o preferencias personales. Por esta razón, me parece injusto que las hordas 2.0 comiencen su carga contra un periodista cuando además todavía no ha realizado la entrevista en cuestión. Porque ahí está el santo grial del periodismo de rigor. No en a quien entrevistas sino cómo has conducido esta conversación con el invitado y cómo con tus preguntas buscas que el lector, oyente o telespectador pueda conocer al entrevistado y sus posturas ante ciertos temas de interés general. Y ahí hay dos maneras de entrevistar, ir a una cocina para que entrevistado y entrevistador hablen del sexo de los ángeles y de lo bonito que son los atardeceres o ir más allá y preguntar lo que tu invitado no querría nunca contestar, pero que bajo tu criterio periodístico sí debería ser conocido por el público.
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