Qué desastre, ya no te dejan ni morir en paz. Eso es lo que le ha pasado a un buen amigo, que tuvo la genial idea de anunciar públicamente su suicidio, eso sí, virtual. Quiso por mera cortesía despedirse de sus amigos, conocidos y desconocidos de Facebook y las reacciones que suscitó su macabro anuncio le pillaron desprevenido, haciéndole dudar de si realmente tenía que abandonar o no para siempre el mundo creado por el Dios Mark Zuckerberg. Sobra decir que el único culpable de todo lo sucedido es él por querer actuar con educación extrema en un ambiente en el que precisamente lo que predomina es la falta de ella. También es cierto que el suicidio virtual tiene varias ventajas. Puedes resucitar cuando quieras sin necesidad de que se obre algún milagro y también existe la opción de reencarnarte y elegir otras redes sociales donde habitar. Pero volvamos a las reacciones suscitadas y al fenómeno acaecido y que vienen a demostrar que los seres humanos nos movemos por ciertos impulsos en la vida real y en las otras paralelas en las que nos hemos autoinflingido vivir
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