No es mi objetivo hoy poner en la balanza si las redes sociales aportan más beneficios o desventajas al desarrollo y evolución de nuestra sociedad. Para este propósito necesitaríamos muchos kilos de papel y litros de tinta, sin garantizar que al poner el punto final tengamos ante nosotros una solución exacta y certera que nos resuelva este enigma. Por esta razón, prefiero poner el objetivo de mi cámara opinadora sobre un hecho, que si bien, no deja de ser anecdótico, es muy clarificador sobre el tipo de principios y valores que empiezan a ganar espacio en nuestra vida cotidiana.
El acontecimiento que quiero compartir con ustedes es el referido a las quejas públicas manifestadas por los gestores del Museo de Auschwitz-Birkenau ante la proliferación en redes sociales de fotos de algunos visitantes en posturas y situaciones no acordes con el paisaje, por decirlo artísticamente, y lo más importante, con el pasado no tan lejano que aconteció entre esas alambradas y que sin duda son el mayor exponente de la barbarie de la raza humana. Faltaría a la verdad si dijera que es mayoritaria esta práctica tan frívola e inhumana, pero el hecho de que a algunas mentes pensantes se les ocurra por ejemplo hacer equilibrio en las vías por las que pasaron trenes con más de un millón de viajeros con sólo billete de ida, sólo con la idea de inmortalizar ese momento, ya es para preocuparse. Y cuidado, no es ya sólo hacerse la instantánea en sí, lo peor es que a los pocos segundos es compartida en las redes sociales para enseñar al mundo lo original de su pose ferroviaria o lo llamativo que es hacerse un ‘selfie’ con un fondo lleno de miles de zapatos de unos seres humanos que desnudos y descalzos fueron convertidos en ceniza.
Artículo publicado en La Nueva Crónica