En un momento de crisis como en el que estamos inmersos el gran reto que tienen nuestros dirigentes es detectar lo que es superfluo para posteriormente suprimirlo. Los recursos económicos son finitos y su redistribución es obligada. Es necesario tomar decisiones, aunque algunas de ellas puedan ser poco populares y supongan el deterioro de nuestra calidad de vida. Quizás vivíamos en una gran mentira, en la que pensábamos que nuestras comodidades y modo de vida estaban garantizados. Huelga decir que nuestra obligación como ciudadanos es acatar las nuevas normas, pero eso sí, tenemos el derecho a exigir que éstas sigan una coherencia. Ya puestos a hacer un sacrificio, es de gran ayuda asimilar que es realmente necesario y lógico.
La medida de que a las 22:00 horas los monumentos de nuestro país sean cubiertos por el velo negro de la oscuridad me toca la fibra sensible. Siempre he defendido que las ciudades tienen dos caras, la del día y la de la noche. No son gemelas, sino mellizas. Por esta razón, nuestras calles nocturnas ya no serán lo mismo. Que nuestros monumentos queden a oscuras tiene una fuerte carga simbólica. Espero que no sea premonitorio sobre el tono de nuestro futuro más cercano. Los más puristas dirán que este apagón servirá para trasladarnos a cómo se veían dichos monumentos cuando fueron construidos. Pero para qué engañarnos, León ya no será lo mismo cuando pases al lado de la Catedral o de San Isidoro y sólo atisbes una figura triste de tonos grisáceos y marrones. Lo mismo ocurrirá en Granada con la Alhambra, en Ávila con su muralla o en Segovia con el acueducto, por poner algunos ejemplos.
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