Un concierto sin público o un partido de fútbol sin aficionados transmiten el mismo vacío que pasar toda una vida sin haber amado. No voy a ser yo el que defienda la teoría del médico norteamericano Duncan MacDougall, quien afirmaba que el alma de las personas pesa 21 gramos, pero de lo que estoy seguro es de que hay ciertas situaciones o momentos que tienen alma propia. Lo de menos es su peso. Lo importante es que la unión de miles de personas en torno a un mismo elemento da lugar a algo que sentimos y que recorre todo nuestro organismo, pero que no podemos describir con palabras. Los dos factores que protagonizan esta simbiosis se necesitan entre sí para dar lugar a sensaciones inigualables. Por separado no son nada.
Y parece que la Covid-19 también quiere llevarse como víctima al alma de esas situaciones especiales, impidiendo que los dos organismos vivos que deben dar lugar a lo inefable compartan el mismo espacio físico. Y me van a perdonar, pero hay cosas en las que lo virtual no es capaz de acercarse ni mínimamente a la esencia de lo carnal. Sólo queda esperar que la Covid-19 lo único que haga sea secuestrar temporalmente la posibilidad de que los dos actores que dan lugar a esta magia puedan entrelazar sus cuerpos como hasta ahora para conseguir llegar a un orgasmo musical, cultural, deportivo o de cualquier otro tipo.
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