No se equivocaba Gabinete Caligari cuando nos cantaba eso de «bares, qué lugares tan gratos para conversar». Porque efectivamente, un bar es algo mucho más que un local donde apagas tu sed. Y sobre todo un tipo muy concreto de bar, en el que la bebida es sólo una excusa para lo que realmente buscas cuando acudes a él.
Eso sí, no me refiero al típico bar que cae en gracia en una ciudad y se convierte en visita obligada de políticos y de famosos de muy variado pelaje cuando acuden a dicha urbe. Para qué engañarles, siempre me ha parecido una paletada de cuidado el que ciertas ‘fuerzas vivas’ de una ciudad conviertan un bar en concreto en el exponente de la hostelería de dicha localidad, cuando quizás ni se lo merece. León no es una excepción y también contamos con ese tipo de bar. Me imagino el cabreo, por decirlo finamente, que tienen que tener el resto de hosteleros que se parten el lomo día tras día detrás de la barra y ven cómo los representantes públicos de turno, independientemente de su ideología, en su papel de anfitriones siempre acaban llevando a las visitas de pedigrí al mismo local.
Pero los bares sobre los que hoy quiero hablar de verdad son aquellos que lamentablemente cada vez tienen más presencia en los medios de comunicación. Y no porque entre sus clientes se encuentren personalidades de todo tipo, sino porque echan la trapa, a pesar de que, en algunos casos, no tengan que pagar ni alquiler. Sí, me refiero a los bares de las zonas rurales que poco a poco van cerrando porque las cuentas a final de mes no salen. Cada vez que uno de estos bares cierra, el daño generado a la convivencia de esa localidad es inimaginable.
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