Ni lo pasado siempre tiene por qué haber sido mejor, ni el futuro tiene que ser obligatoriamente mejor que el pasado. Tomo este axioma como punto de partida para mi reflexión sabadera en relación a las declaraciones de Arturo Pérez-Reverte, esta semana en ‘El Hormiguero’, sobre la juventud actual y el revuelo que éstas han causado. Su visión pesimista sobre los mimbres de los jóvenes de hoy en día no creo que diste mucho de la realidad.
Pero ojo, y aquí está la clave que pasa desapercibida para algunos, nadie culpa a las nuevas generaciones, ellos al fin y al cabo son los perjudicados en todo esto. Los culpables somos sus padres y la sociedad en su conjunto. Las pruebas no dejan lugar a dudas y es imposible escapar del veredicto de culpabilidad. Nos hemos equivocado al hiperprotegerles hasta extremos inusitados y no les hemos dejado caer para que aprendan a levantarse. Luego nos alarma su debilidad ante cualquier imprevisto y su tendencia a la frustración continúa cuando no salen las cosas como ellos quieren. Es evidente que lo hemos hecho con nuestras mejores intenciones, pero esto no es garantía de nada y el resultado ha sido nefasto.
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