No sé lo que estarán pensando Sócrates, Platón o Aristóteles allá donde estén, pero seguro que nada bueno. Estarán atónitos viendo cómo eso que parieron y que conocemos como ética está cada vez más ausente en nuestras vidas. A priori se pensaría que la evolución y el desarrollo de las sociedades conllevaría una mayor presencia de la ética, pero nada más alejado de la realidad. Pero lo alarmante no es que cada vez sea más difícil encontrar un modelo de conducta ético que tomar como referente y que sirva de ejemplo al resto de ciudadanos, sino que se ha interiorizado y normalizado, sin rubor alguno, que la ética sea vapuleada e ignorada tanto a nivel individual como colectivo.
Es una evidencia que la convivencia en una sociedad democrática tiene como juez final la justicia impartida en los tribunales, pero estamos cometiendo un craso error si pensamos que una sociedad está sana si sólo el comportamiento de sus individuos se rige por las leyes. Que los ciudadanos deben actuar conforme a la legalidad es una obviedad, pero igual de palmario es que hay situaciones que no son ilegales, pero sí son carentes de ética. Y aquí es donde nos estamos haciendo trampas al solitario como sociedad o, mejor dicho, algunos están dándonos cartas marcadas para creernos el órdago de que la ética es prescindible.
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