Sí, soy y me siento de pueblo. Ojo, que nadie entienda esa afirmación como un gesto de superioridad. Cierto es que no hace mucho la expresión ‘ser de pueblo’ se utilizaba en muchas ocasiones con una intención peyorativa, pero no voy a caer yo en el mismo error a la inversa. Ser de pueblo no es ni mejor ni peor que ser urbanita, simplemente es diferente. Lo que es evidente es que los sentimientos son los que son y están escritos con tinta indeleble en una parte recóndita de nuestro cerebro. Quizás por ello, no me canso de sentirme orgulloso, en cualquier foro en el que participe, de mis orígenes.
Los avatares de la vida te hacen a veces separarte físicamente de tu pueblo, pero siempre estará ahí. Es más, cuando por motivos laborales o lúdicos visitas otra pequeña localidad es como si entraras en tu zona de confort. Aunque en el cartel de entrada al pueblo no esté escrito Valencia de Don Juan, hay una parte de mí que es como si estuviera en casa. Esta sensación me ocurre, por ejemplo, cada vez que voy al pueblo asturiano de Tineo, donde vivió y creció mi mujer. Y esto mismo me sucedió hace unos días cuando participé en una actividad en La Pola de Gordón.
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