Desde el 20 de enero, cuando Donald Trump fue investido presidente de los EE UU, se ha fijado el objetivo de zarandear, cual orangután enfadado, el árbol de la estabilidad mundial. En los cuatro meses que lleva hospedado en la Casa Blanca, ha conseguido que todo el mundo esté en alerta, ya que nadie sabe cuándo ni cuál será su próxima cruzada, justificándola siempre con su «America First».
La gran duda que siempre sobrevuela sobre este personaje es si se comporta como un abusón impulsado por una soberbia inusitada, o si detrás de su papel de perdonavidas hay una estrategia marcada que intencionadamente pasa desapercibida. En definitiva, ¿está loco y es un insensato o está más que cuerdo y está protagonizando un papel digno de un Óscar? El tiempo desvelará esta incógnita, pero, a día de hoy, ya tenemos algunas certezas.
La primera de ellas es que, nos guste o no y podamos discutir sobre la efectividad de sus medidas, ha sido capaz de captar la atención de, literalmente, todo el mundo. Y eso, en geopolítica, es una victoria. Ha conseguido que todos, sin excepción, estemos atentos a cada una de sus bravuconadas, y eso es Poder con mayúsculas. Por lo tanto, podríamos decir que, a corto plazo, ya ha conseguido lo que pretendía.
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