La actualidad te regala en algunas ocasiones respuestas a preguntas que llevan saltando más tiempo del debido de una neurona a otra. Mi última búsqueda se ha centrado en encontrar un mensaje corto y descriptivo para definir lo que está pasando en nuestro país y que no hubiera utilizado algún jueves anterior en nuestro encuentro ‘columnero’. Confiaba que durante mi estancia en tierras astures pudiera encontrar la respuesta entre ‘culín’ y ‘culín’, pero ni la magia producida por el sonido que regala la sidra al romper en el fino vaso tras abocarse al abismo desde su cárcel verde de cristal, me ayudó a encontrar la respuesta. Menos mal que el destino de vez en cuando te obsequia con alguna serendipia que otra y mientras intentaba ponerme al día sobre lo que estaba sucediendo por latitudes lejanas, me topé con una noticia en la que se hablaba de la moda de los ‘viajes a ninguna parte’, que varias aerolíneas estaban impulsando en el continente asiático. Este nuevo engendro de ocio consiste en subirse a un avión que despega y aterriza desde el mismo aeropuerto y cuyos viajeros disfrutan de unas horas de desconexión a miles de pies de altura mientras sobrevuelan algunos puntos de interés.
No sé si coincidirán conmigo, pero creo que un buen título para la película de terror que estamos viviendo en nuestro país sería ‘Viaje a ninguna parte’. Un día tuvimos que subir corriendo a un avión para huir de la COVID-19 con la esperanza de que los comandantes que pilotaban nuestro futuro fueran capaces de localizar un destino seguro, donde aterrizar tras un largo viaje lleno de turbulencias. Quizás esté equivocado, pero tengo la sensación de que estamos volando en círculo. Cada vez que me armo de valor y miro por la ventanilla para ver la zona que estamos sobrevolando, no salgo de mi asombro cuando me doy cuenta de que estamos pasando por lugares ya transitados, lo que significa que los pilotos están cometiendo una y otra vez los mismos errores.
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