Aunque no lo sepamos ya vivimos en una sociedad ‘low cost’. Quizás el origen más castizo de esta moda que ha dejado de serlo para convertirse ya en una característica tatuada a fuego en nuestra vida diaria fueron esos míticos ‘Todo a 100’, donde con esa moneda decorada con el joven perfil del hoy ya viejo y emérito rey Don Juan Carlos se podían comprar multitud de cosas.
Esos ‘Todo a 100’ fueron quedando atrás para dar paso a los ‘Chinos’, donde se puede encontrar de todo, a cualquier hora y a un precio que en ocasiones roza lo ridículo, aunque luego la relación calidad-precio no llegue a los mínimos exigibles, pero ‘la pela es la pela’. Y así sin darnos cuenta hemos llegado al punto de poder llevar una vida ‘low cost’. Tienes compañías aéreas, hoteles, peluquerías, lavanderías, bares… todas ellas apellidadas ‘low cost’ o de ‘bajo coste’, como prefieran llamarlas los puristas de nuestra lengua. La proliferación de empresas ‘low cost’ tiene inherente la reducción de la calidad asociada a dichos servicios, aspecto que hemos situado en segundo plano dando prioridad al aspecto meramente monetario.
Artículo publicado en La Nueva Crónica