Leía hace unos días una reflexión, hecha por el periodista argentino Martín Caparrós, que describe a la perfección la sociedad en la que vivimos actualmente. Opinaba que si alguna vez se dijo que hacer periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa, ahora se puede suponer que hacer periodismo es contar lo que muchos no quieren saber. Esta afirmación, de la que le compro desde la primera hasta la última palabra, explica el proceso de degradación que estamos sufriendo socialmente.
Si los periodistas ya nos tenemos que encargar históricamente de luchar contra las presiones de grupos de poder político, empresarial y de cualquier otro tipo, para que no informemos sobre hechos que consideramos deben ser conocidos por la ciudadanía, ahora resulta que tenemos ante nosotros el reto de conseguir informar a aquellos que no quieren ser informados.
La información es poder y otorga a quien la posee la posibilidad de actuar y tomar sus decisiones en libertad y basándose en datos reales. El problema es que mucha gente no quiere recibir información que le haga dudar sobre si sus conductas son éticas y responsables. Evidentemente, el ámbito donde esto más sucede es el vinculado a la ideología. Es inconcebible, pero un gran porcentaje de la ciudadanía se ha autoimpuesto el voto de ignorancia. Eso sí, no caigamos en el error de pensar que esta decisión es adoptada únicamente por personas incultas. En este asunto es indiferente el nivel cultural, el poder adquisitivo o la procedencia. Las personas han decidido travestirse en borregos y así ir con el resto del rebaño detrás de sus amados líderes.
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